miércoles, 18 de marzo de 2009

Atravesaban su frente, Él soportaba.

Callé. Una vez más lo hice.

Comenzó otra vez. Se incrementaron mis miedos, no podía dormir. Interrumpí el sueño de mi familia, con gritos, llantos, alucinaciones. Tenía diez años.

El diablo me llevaba, no lo quería, quería a Cristo.

Pasaron cinco meses de desesperación y angustia, me ungieron pastores, personas con el don de echar fuera espíritus.
No comprendía que sentido tenía esta nueva experiencia, no sabía por qué Dios permitía que me sucediera... quería correr, a veces lanzarme al vacío.

Era una odiosa y difícil conducta que costó superar, la baja autoestima.
Dentro de mi lucidez, miraba a mi alrededor, veía a mi familia destruida, mi madre delgada, con un rostro triste, mi hermano distante, preocupado, introvertido, mi padre... confuso, por mi parte estaba igual de delgada que mi madre, con la mirada perdida, desesperadamente atemorizada.

Cuando las espinas atravesaban la frente de Cristo, él soportaba, soportaba por mi, para llevarse mi dolor.

No quería entender que Dios lo estaba llamando, que esa angustia se prolongaría si Papá no decidía.

El día llegó, estaba enferma, no fui a la iglesia, mi papá estaba a cargo de mí, cuando vino una crisis insostenible, el estaba solo. No sabía que hacer hasta que comenzó a hablar con Él, entre llantos, con dificultad.
Le pidió a Dios que me sanara, que por favor lo hiciera, confesó su vida en detalle le pidió perdón por alejarse de Él, que esta vez lo seguiría, pero que por favor me sanara.

En ese momento abrí mis ojos de nuevo.
A la semana siguiente nos acompañó por primera vez a la iglesia, yo estaba feliz, era el día del padre.



0 comentarios: