Mis vacaciones en Larmahue - Pichidegua, terminaban el día domingo 28 de febrero de 2010. El sábado 27, me levantaría tarde porque Jonathan - mi pololo- madrugaría para jugar los 3 partidos de su campeonato de Basket en el Gimnasio de Pichidegua. Así que me tomaría mi tiempo en la ducha, conversaría con su madre en el desayuno y me terminaría "El niño de pijama a rayas" de John Boyne. Iván y Roberto viajarían a Santiago, Iván estaba algo inseguro, pero de cualquier forma estaría ocupado como para compartir historias conmigo. Roberto estaba triste porque sus conciertos de Rock- Cristiano se suspendieron, pero aún así viajaría a Santiago ese sábado, por motivos totalmente distintos en su efecto.
Viernes 26
Mis libros y el baloncesto
En la tribuna estaba yo, mirando esos puntos y las jugadas que el equipo de John y John en particular hacía, me concentraba y reía de todos sus movimientos y hasta tenía pensado publicar por este medio algo relacionado con ese nuevo deporte que me motivaba.
Al termino del juego su padre nos fue a buscar en su furgón escolar y no como de costumbre nos fuimos temprano a dormir, ya que toda esa semana las horas de "acostarse" estaban entre las 4:00- 4:30 a.m. Ese dia tampoco hicimos devocional con John, preferimos hablar de nosotros. Cuando logré expulsarlo de "mi" pieza eran las 3:00 a.m y el apagó su luz a las 3:05.
3:34 - Sábado 27
Como si se tratara de un sueño me levanté de forma casi instantánea y no recuerdo en que momento me coloqué mis hawaiianas y me posicioné debajo de la puerta de la pieza en que dormí toda esa semana...
Pasaron unos segundos y nadie se levantaba, hasta que oí varios gritos que enunciaban mi nombre los cuales si lograron despertarme de ese gélido trance y comprendí además que aquel movimiento se trataba de un terremoto. El movimiento era incontrolable, fuerte, rápido - pero estaba tranquila.
John llegó a mi lado unos segundos más tarde, para apaciguar un miedo que no poseía, pero en que a medida no cesaba la sacudida y a su madre la dominaba la histeria, el miedo, los gritos, mis nervios y mi preocupación hacia ella aumentaban.
En la penumbra cesa el terremoto
Las demás actividades a seguir (a oscuras)se relacionaron con tratar de levantar y salvaguardar algunas cosas u objetos importantes, además de vestirse y recolectar agua que de manera evidente se necesitaría y escasearía quién sabe hasta cuando. Yo logré con la luz del celular de John recuperar mis anteojos, mi teléfono móvil y retirar mi equipaje a otro lugar.
Nos quedamos en el patio abierto de los Saavedra presenciando réplicas y dictando teorías del posible epicentro, al lado de la higuera con luna llena. John me acurrucó y cubrió con una manta y yo no podía sacar de mis pensamientos a mi familia y la posible angustia de mi madre en esos minutos en los cuales era imposible comunicarme.
La noche pasaba lenta, la aurora tardaba y preferí acostarme, como supuse lo estaba haciendo mi padre y mi familia en Santiago. Recordaba mi gato, mis amigos en el norte y el sur del país y no podía convencerme de que eso realmente se tratara de un terremoto, hasta la mañana...
En la mañana visualicé el fenómeno por completo. El panorama era desolador y angustiante, la mayoría de las casas construidas de adobe estaban destruidas, las calles agrietadas y mucha, pero mucha gente desmoralizada, a pesar de que ellos se mantenían con vida, era como si el terremoto se hubiera llevado su cordura, y los había relegado a un estado de shock y poca vida, donde gozo no prevalecía precisamente.
No podía comunicarme a Santiago, hasta que por enésimos intentos que John hizo, surgió el tono y hablé de forma rápida, nerviosa con mi madre, que también estaba nerviosa y lo único que quería era que nos reencontrasemos, situación imposible en los primeros días...
(...)
Mi retorno a Santiago no fue, ni será el mismo que haga en otras oportunidades desde el sur.
Dios tuvo misericordia como siempre. No soy igual.